Enamorada y sola.

Me pregunto si puedo sobrevivir setenta años sumida en la indiferencia, en medio de nada. Estoy ahuecando mi cama de tantas vacaciones. El hoyo negro sigue succionando todas las posibilidades de felicidad y las sabanas, cada vez es más complejo salir.

No hay miradas interminables al techo sin grietas de mi departamento, como las novelas me enseñaron que eso hacen los protagonistas. Las grietas del techo van bien con las dudas existenciales, y como yo no tengo más pesares que no poder comprar un par de botas caras, un buen celular y mi cámara para grabar desgracias, mi techo se mantiene uniforme.

Entre los asuntos más relevantes que encuentro en mi vida, está que se volvió mi hábito de vivir pensando y creando escenas irreales cuando estoy en el periodo de matemáticas o física fundamental, por ejemplo, ese mi ex novia me lo quitó alguna vez y no sé si ahora puedo erradicarlo sola.

Tengo que decirle al psiquiatra que me distraigo fácil, que el decorado de cartón se cayó otra vez del escenario, que la ansiedad se viste de alergia, que los párpados se me están obscureciendo. Que estoy harta de pasar los días esperando, esperando...

Es una inmensa cobardía seguir tirada en esta cama y no estar volando por la ventana. Puta vida.

El agua corre tibia sobre los desechos de la loza acumulada de la semana. Todos están de vacaciones. Mi perro chilla e inútilmente le pregunto por qué, como si no supiera que su felicidad consiste en correr nuevos pisos y oler la orina de sus semejantes en las esquinas. 

Lavo los platos, las tazas, los cubiertos y ese incesante sonido de agua hace correr mis propias lágrimas. Lágrimas de nada, podría decirse; o lágrimas de encierro; o lágrimas de arrepentimiento, sencillamente. Me inclino un poco en la pared porque el llanto es agotador, pero no dejo de fregar la cuchara; alguien tiene que poner orden en esta cocina, a esta casa, a esta calle, a esta ciudad.

Perder. Despiertas y Vex Ruffen ya suena en tu cabeza, es raro, la última vez que puse un tape fue hace ya algunos meses, casi un año. No estoy segura de por qué ahora de nuevo, aunque es bastante bueno, el sonido es diferente; lo voy a tuitear para decir algo irónico al respecto. Pero no es el caso, porque tu vida, la de afuera, la funcional, se está derrumbando y te duele la cabeza, el cuerpo; incluso tal vez el alma. Sientes el cuello entre frío y caliente y el estómago pareciera estar retándote a que pares sus ambiciones gimnásticas. No hay vómito, sólo mucha saliva y muchas ganas de llorar, pero tampoco hay lágrimas. Así que lo que yo piense sobre Vex te va a valer verga.